sábado, 20 de septiembre de 2008

RODRIGO CORONADO

SOBRE AQUEL HORIZONTE DE MIRADAS MOVEDIZAS.
Jesús Félix Uribe García.
Novela. (Fragmento).
(Derechos reservados conforme a la ley)
Clavó las espuelas en los hijares de la montura como sólo un perseguido puede hacerlo, con el apuro de poner más tierra de por medio, de alargar la distancia y encontrar los remedios que detengan la carrera. Lo hizo mirando hacia atrás para descubrir que la nube de polvo ya no viene tras él. Monta un buen caballo, de noble alzada, expropiedad, por lo pronto, del teniente de presidiales de Fronteras, un tal Moradillas. El noble bruto sintió el movimiento del trasero de Rodrigo en su lomo, silla de por medio, como secreta indicación de pegar la carrera por un angosto sendero bien protegido por los mezquites rumbo al rancho de Tahuichopa. Corre que corre, poniendo toda la más tierra posible entre él y sus perseguidores llegó hasta una construcción de adobe que, por el campanario en ruinas, también llegó a las sabia conclusión que fue una iglesia. Los muros despojados del recubrimiento protector muestran impúdicos los adobes ..que hasta parece que los hicieron con las primeras tierras separadas de las aguas, compadre. Así de viejos se veían, como dicen luego. Resecos de tanto sol y pocas lluvias se van desmoronando, convirtiendo en polvo. Cruzó la puerta de acceso rematada en arco de medio punto sin bajar de la montura y ya con la carabina en la mano y el cartucho cortado por aquello de las ánimas aferradas en su oficio de buscar pecadores. La poca luz llena de sombras el interior. Resalta los recovecos de las molduras y los requiebros y caprichos de tanta vuelta y revuelta hechos de cal y con sus filos dorados. Parece un buen refugio para pasar la noche. Los cascos del caballo golpean algunas baldosas que aun hacen las veces de piso o se callan al hundirse en la tierra donde ya han desaparecido. Caracoleó el caballo buscando en la penumbra los peligros que siempre acechan a los que por angas o mangas andan huyendo. Y de la penumbra salió la voz como si viniera de otra pesadilla muy parecida a la que lo trae metido en estos berenjenales.
-Quiubo muchacho... parece que lo anda siguiendo el diablo.
El alma de Rodrigo pegó un respingo y abrió tamaños ojos voltiando pa’todos lados. Aunque ya acostumbrada a tales desafueros de la aparente tranquilidad de esta clase de malandros que le tocó en dudosa suerte custodiar, no dejó de alertar el instinto de conservación y regresó pronta al cuerpo. Porque a de usté saber mi amigo, que en estas tierras se requiere de almas que se desprendan del cuerpo pa vigilar el entorno. Para dar pronto aviso sobre cualquier posible peligro que ponga en riesgo los huesos y las coyunturas del cuerpo bajo su protección.
-Me anda siguiendo el teniente Moradillas... -No... pos mejor fuera que lo anduviera siguiendo el diablo muchacho, es menos bruto que ese cabrón.
-Lo conoce...
El viejo se quitó el sombrero, uno de esos de palma tejida que hacen en los pueblos pa esconderse del sol y ocultar las miradas, pasó la mano por la cabeza como acariciando algunos recuerdos, de esos que no quieren irse y se aferran en seguir fastidiando. La mano iba hacia atrás mientras su testa, ya blanca de canas, iba hacia el frente buscando la poca luz del interior del templo en ruinas.
- Que si lo conozco. Aquí lo traigo bien grabao en medio de la cabeza.
- Adio... pos no lo veo.
Lo que trae sobre lo alto de la cabeza es una cicatriz del tamaño de una buena madriza. De’sas que no se olvidan. Recorre desde la media del parietal derecho hasta la parte alta de la testa. En la parte baja es apenas perceptible y se va abriendo en la medida en que sube sobre la redondez del cráneo. Es como una gota cayendo hacia arriba, retando la fuerza de la gravedad. La tocó con suavidad sintiendo la piel despojada del cuero cabelludo. Sintiendo el regreso lento de los recuerdos. Guardó silencio y llevó la caramallola a la boca y se regaló un largo trago de mezcal, pa agitar el seso y dejar que los demonios del pasado le acomoden las entendederas y le platicó la historia. Le dijo que había sido presidial en el pueblo de San Miguel Arcángel de Oposura, allá, en lo más cabrón de la sierra y a orillas del río Yaqui y que todos los días en la mañana salían en patrulla a hacer la ronda en los alrededores del pueblo. Una de las tareas de la Compañía tratando de evitar las sorpresas de los bárbaros apaches sobre aquellos pueblos incomunicados del resto mundo por cordilleras y serranías que se suceden y suceden hasta donde la vista se tiende por la imaginación... pa completar el resto mi amigo. Una de esas mañanas, le dijo, al dar la vuelta en un recodo escondiendo el camino delante con altas peñas, se toparon de frente con una partida de apaches. Unos cuantos metros separaban un grupo del otro y las miradas salvaron la distancia sumidas en el silencio de un encuentro inesperado. Fueron algunos segundos los que transcurrieron entre el encuentro y el grito del Santiago del teniente Moradillas. Los apaches, tan bien armados como los presidiales, recularon y pegaron la carrera en franca huida. El teniente picó espuelas y salió en persecución de aquellos salvajes asolando los pueblos y rancherías de la auto llamada gente de razón. Los presidiales hicieron lo mismo, pero de regreso pal pueblo. Al llegar a la plaza se dieron cuenta que faltaba el teniente ... el pendejo se él fue solo corretiando a los apaches compadre... fíjese nomás.
Le dijo que lo vieron venir todavía con el sable en la mano. Con la mirada echando chispas y maldiciones. Con la respiración entrecortada como la de’sas máquinas que sueltan vapor y que dicen ques’que mueven montañas. -Las conoces?- Lo vieron venir con los músculos engarrotados por el coraje, -y... como, pos yo era el que estaba enfrente, me sorrajó un golpe con el envés del sable y me partió la cabeza. Le dijo que cayó sin sentido y que así pasó unos días entre la fiebre y los delirios.- Que sólo recuerda el ardor en la cabeza y que la cicatriz se le fue adentrando en los pensamientos, -...de lo que más me acuerdo es de las miradas de los indios, estaban tan asustados como nosotros.- Le dijo que nunca había vista tan de cerca uno de esos indios. Aquella mañana lo de antes quedó en el pasado, se le fue juntando en aquellos segundos, en aquel instante que se convirtió en el principio y salió de las fiebres y delirios asegurando que podía ver el futuro. Se acercó al viejo sin soltar la carabina y sin dejar de buscarle las manos mientras la mirada se le escabulle por todas partes haciendo cabriolas en el aire como molduras invisibles que van y vienen sin encontrar punto de reposo. Escarbando en el viento. Buscando una forma de alejar al intruso. Más vale andarse con cuidado, nunca se sabe con que cuento vayan a salir estos vagos sin más oficio y beneficio que contar mentiras. Se fue acomodando en cuclillas hasta quedar frente a frente, con la carabina apuntando al bulto que volvió a protegerse en las penumbras. Unos cuervos revolotean sobre lo que queda del techo haciendo equilibrio en el aire, que el otro son montones de tierra, paja y maderos viejos que hace tiempo fueran las nobles vigas. Rodrigo levanta la vista, bailotean entre la nube de polvo seco que levantan con sus menudas patas. Caen diminutas cascadas de polvo haciendo filigrana con lo que queda de sol. Regresa la mirada al viejo, la cabeza caída sobre el hombro derecho, la mano derecha sujetando fuerte la caramallola. Huele fuerte a mezcal, del bueno. La camisa de manta, desabotonada, sucia y raida, deja ver un viejo escapulario con el que trata de protegerse de las ánimas del purgatorio... y del teniente Moradillas.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Misión y Frontera.

Jesús Félix Uribe García.

Los presidios y las misiones, como asentamientos humanos, marcaron la frontera en el Septentrión de la Nueva España. Una frontera que avanza, apoyándose las segundas en las reducciones de las comunidades indígenas y ponerlas bajo “la campana y la doctrina”. Un concepto de frontera trashumante, avanzando sobre el blanco de los viejos mapas de la conquista. Siempre allende de esta frontera, la visión de comunidades desposeídas, de pueblos alejados del concepto de “civilización” occidental, que debían ser rescatados. El concepto de frontera novo hispano, es el de la integración de las citadas comunidades a la cultura occidental, en el que se incluyen las formas arquitectónicas y poblacionales. En arquitectura, el avance de la frontera es la transición de las rústicas enramadas de los primeros tiempos en el sur de la actual Sonora, a principios del siglo XVII, a las construcciones de mejor factura a principios del XVIII, y en los territorios de la actual línea divisoria con los Estados Unidos, incluyendo el Valle de la Mesilla. En este sentido, el avance de la frontera es también el avance de las formas que van apretando un territorio, que lo van conformando como una frontera entre nosotros y aquellos.La caída de muros y fronteras es un evento que marca territorio y pobladores. Es un evento que trasciende el momento exacto de la caída, para transitar por años, décadas y aun siglos, en un lento proceso de reacomodo. La caída significa la incorporación de nuevas formas sociales, sin necesariamente eliminar del todo las anteriores que, en nuestro caso, significa la desaparición del concepto de frontera, como un lugar entre algo y nada, por el de línea que divide dos “algos”. Lo que antes eran territorios ignotos poblados por comunidades indígenas viviendo en desorden, será después el paso de un proyecto de modernidad jalando las miradas de los fronterizos hacia el lento paso de los anglos rumbo a la Alta California. La frontera se transforma, es otra. Sin los constructores y con los indígenas trabajando en las haciendas y minas, los muros de las misiones se van deteriorando. La expulsión de los jesuitas, en el ya mítico año de 1767, es el inicio de una lenta caída de la vieja frontera del Septentrión de la Nueva España hacia la construcción de otro imaginario que vendrá en una línea trazada con la regla. Las formas que construyeron la frontera novo hispana, ceden su paso al discurso de la modernidad. En ambos lados, los templos levantados por los jesuitas van cayendo conforme se desmantela la estructura productiva y las temporalidades van pasando a manos de particulares.En el año de 1834, llaman la atención sobre los estragos que el tiempo provoca en la misión de Arizpe: “Vi que las fincas, y particularmente la Casa de la Misión, amenazaban una ruina casi total; y desde luego ocurrí a la comisaría general, recordando la urgencia de obtener la aprobación de los presupuestos remitidos antes, para proceder a las recomposiciones; a cuyo objeto manifesté que si se demoraba más la resolución, serían mayores los deterioros y derroques de las fincas, demandando un gasto más excesivo, y aun arruinándose enteramente algunas piezas, como así ha sucedido.” A sesenta y siete años de la expulsión de los jesuitas y dos de la secularización de las misiones, los pobladores y autoridades no contaban aun con un sistema eficiente para la conservación de los templos misionales. Envueltos en la guerra contra los apaches, en las amenazas filibusteros y con algunos caudillos alborotando los rumbos y vecindarios, la población sonorense trata de descifrar del código de la modernidad.Los constantes ataques de los grupos indígenas rebeldes al gobierno, mantienen en zozobra a los pueblos fronterizos. Aunado a la falta del sistema que sostenía a los pueblos de indios, o misiones, los templos se van deteriorando, en el mes de mayo de 1843, reportan las condiciones en las que se encontraba el de San Javier del Bac, Sonora por aquellos años: “Tiene un suntuoso templo de bóvedas de cal y canto que costó más de treinta mil pesos, con tres colaterales en el frontis y crucero, todo pintado al óleo de muy buena escultura y muchos santos de bulto: se hallan sus bóvedas rajadas y escarmentadas que en aguas y quipatas se trasminan. Las humedades y desechos las pinturas, que el desamparo de no tener religiosos que cuiden de su reparo, debe con el discurso de los años amenazar ruina, tiene sus cerraduras correspondientes, con cementerio con su capilla de bóveda ahora sin puertas”.La Revolución Industrial, los discursos de la Ilustración y del Romanticismo, alteran la percepción de la naturaleza y de la estructura social. Partiendo de dicho considerando, podemos ver a la arquitectura como una de las manifestaciones resultantes de los citados discursos. La máquina moderna, existe en la medida en que produce no para satisfacer las necesidades de un pequeño pueblo, como lo haría la tahona. La producción de la máquina moderna establece relaciones que van mucho más allá de las goteras de los pueblos. El desmantelamiento del sistema misional, podría verse como el desmantelamiento de una máquina que producía para reproducirse a sí misma. Para continuar en su avance sobre las tierras ignotas rumbo al norte. La desaparición del norte como tierras de nadie, va a la par del paso de los anglos rumbo al oro de la California, incluyendo sus proyectos de explotación de los recursos naturales según las propuestas de la revolución industrial.Los restos de la posible misión de Magdalena soportaron el paso del tiempo durante más de un siglo, a partir de la expulsión de los jesuitas. En el año de 1843, en el pueblo de Magdalena, perteneciente al Partido del Río de San Ignacio, había dos templos, “uno nuevo y otro desmoronado, la habitación de los padres misioneros, que se compone de seis piezas, la mayor parte deteriorada. Población ubicada en la franja fronteriza, se integra a las comunicaciones modernas, el ferrocarril y el telégrafo, durante la primera mitad de la década de 1880. Como la mayoría de las poblaciones, transitó el siglo XIX aprendiendo el lenguaje de la modernidad, del positivismo, que la llevaría por los “senderos del progreso”. En el año de 1883, cuarenta años más tarde de la anterior noticia, el Ayuntamiento, “acordó… quitar y tirar fuera de la población el resto de escombros de la Iglesia antigua que existió en la Plaza Principal frente a la Sala Municipal; así como la demolición de la torre de dicho edificio que ha quedado hasta hoy amenazando desplomarse sirviendo de foco de inmundicias”.Los templos misionales fueron el lugar de encuentro entre la cultura occidental y la población autóctona, indígena. Esta relación debió haber marcado de manera profunda el espacio de los templos misionales. ¿Cuáles eran las relaciones entre los pueblos de indios y los pueblos de la “gente de razón” en lo que respecta a los espacios sagrados? El que esto escribe lo desconoce. Pero es interesante notar que el templo y las habitaciones de los misioneros de Magdalena ya eran ruinas en 1843, apenas once años después de la secularización de las misiones. El desmantelar la misión como una unidad de producción, para permitir la producción en los términos modernos, podría plantearse como la desaparición de todo aquello que la simbolizara.Herny G. Ward, viajero inglés con un pensamiento romántico, es claro en la posible visión que tendrían los pobladores hacia el sistema jesuítico. Hardy conoció algunas ruinas de las construcciones de los jesuitas, entre ellas, las del pueblo de Ures. En esta población, fue alojado en el viejo convento de los jesuitas, que “ahora se encuentra en ruinas; el techo, a punto de caerse, constituye en peligro para el que, como yo, se ve obligado a pasar la noche en él. No queda ningún vestigio de su pasada grandeza. La visión romántica de Hardy va despojando las ruinas jesuitas de su pasada grandeza, para incorporar a los pobladores en las bondades de la modernidad. Es un período en el que la obra de los misioneros jesuitas y franciscanos se enfrenta a un discurso que trata de imponer su legitimidad en la región. Critica el trato que los jesuitas tuvieron hacia la población indígena, para culminar con la lapidaria sentencia de “¡Pero como han venido a menos! ¡Ni quien se acuerde de ellos ahora!”La arquitectura como la materialización de un discurso ideológico. Un discurso que levanta y sostiene sus muros, que les da una lectura acorde a una forma de relaciones sociales. Al desaparecer el discurso, otro vendrá a reconstruir el espacio y el tiempo en el que se den las dichas relaciones sociales. La modernidad requiere de nuevos muros dentro de una forma de apropiación de los recursos naturales y de la disposición de los recursos humanos para llevar a cabo su proyecto. Las construcciones misionales se van convirtiendo en ruinas al desaparecer la relación entre misioneros y población indígena y, desde principios del siglo XIX encontramos las reseñas de este proceso.En el año de 1883, las autoridades de la Prefectura del Altar, reseñan las condiciones en que se encuentra el convento de Santa Teresa, como a una y media legua al suroeste de Tubutama, y rumbo al Altar. Es interesante notar como se incorporan algunas expresiones propias del romanticismo al describir la naturaleza: “Este camino, desde que sale de Tubutama, está dominado a uno y otro lado por buenas tierras de siembra, y huertos y bosques superiores y pintorescos.” Lo pintoresco, es una de las cualidades que el romanticismo da a la naturaleza.Refiriéndose a la construcción, la describe como “las ruinas del antiguo convento de Santa Teresa, fundado por los jesuitas y después habitado por los padres franciscanos.- Existe también un templo, cuya fábrica fue dirigida por los PP. De la Compañía de Jesús. Es de bóveda y la parte superior la decora un cimborrio.- La arquitectura está arreglada en gusto árabe, con toda la imagen de aquellos tiempos. La torre del campanario es tosca y cuelgan de ella 11 campanas de tamaños diferentes y que producen buenos sonidos.”Uno de los rasgos del romanticismo es convertir los valores del pasado en las virtudes del presente. Pasado el tiempo de descalificación por parte del viajero Hardy, el presente valorará la obra de los misioneros jesuitas. Refiriéndose a la cita Misión de Santa Teresa, escriben en el mismo reporte de 1883: “Sus tierras misionales están incultas al presente, con señales casi imperceptibles de su antigua grandeza. Sin embargo de entre sus ruinas se desprende aun, el genio civilizador de cierta clase de hombres, que levantados en aras del cristianismo vinieron allí, despreciando el martirio, para legarnos su espíritu de paz y fraternidad.”En la actualidad, queda mucho por investigar sobre la historia de los templos en nuestro Estado. Desafortunadamente, la idea de comparar nuestra arquitectura con las de otras regiones de nuestro país, principalmente con las regiones centro y sur, nos ha llevado a una a ver nuestra arquitectura como manifestaciones “menores”. Sin embargo, debemos valorar lo construido durante siglos, no en el afán de compararnos, sino de conocer las capacidades constructivas de los espacios que vivimos, buscando mejores respuestas a las necesidades de la población.
(Ponencia presentada en el Foro de las Misiones. Noviembre del 2006)